Red de escritores en español

sábado, 16 de julio de 2011

Histroria de los cafes en Buenos Aires


"Los Cafés en la época de la
         Revolución de Mayo"


Por Jorge Bossio
 
¿Sabía usted -decía Napoleón- lo que más me admira en este mundo?  La impotencia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más  que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable queda vencido por el espíritu.

Albert Camus

Los Cafés de Mayo de 1810

Ya raya la aurora del día de Mayo; salgamos, salgamos a esperar el rayo que lance primero su fúlgido sol, mirad: todavía no asoma la frente, pero ya le anuncia cercano el oriente de púrpura y oro brillante arrebol.

Juan Cruz Várela

Alguna vez sostuve, no sé si con razón o sin ella, o con ambas, que la Patria había nacido en un café. No era una insolencia, aunque hoy no me parece el lugar maternal suficiente para la belleza y grandiosidad del suceso. Más allá de la metáfora naturalista, sin embargo, parece que las ideas de nación y de patria, ambas entidades supremas, no pudieron nacer sino del pensamiento de los hombres, de su ideario sublime, de los hombres pensantes. Fue como un pensamiento puro. Ese pensamiento puro, fue la génesis de la idea de Nación y de Patria, que nos honra sostener pese a los infortunios que la asuelan. Lo que vino después fue consecuencia de este sentimiento, fue la estructura de estado o, si se prefiere, la estructura de organización que el país debía ordenar. Y esto sí provino del brazo ejecutor de las espadas, las lanzas, los fusiles, los cañones.
Pero el ideario sólo pudo nacer del sentimiento de los jóvenes que avizoraban y anhelaban una nueva y gloriosa Nación, que debía nacer de la pureza de las ideas.
El nacimiento de la Nación y de la Patria a que hacemos referencia, no podía ser sino en un recinto en el que el pensamiento libre tuviera un gran desarrollo, sin limitaciones; en libertad y en el que la inteligencia y sentimientos amalgamaran para alcanzar el progreso.
Es esa pureza de ideas la que fecunda la concepción diferente de la historia germinal de nuestro país. Aquellos jóvenes, que se congregaban y hacían tertulia en el Café de Marcó a conversar y a tomar aguardiente francés, fueron los primeros en concebir la idea de Nación y de Patria.
Los que primeramente comprendieron esa idea, esa emoción que generaba la utopía que deseaban realizar sabían, con claridad cristalina, que no se encontraban en una aporía, sino en un sendero en el que desarrollar ideas de libertad requería el brazo fuerte para el trabajo y el más fuerte para empuñar las armas. Recordemos los versos de José Mármol, dedicados al Plata:
Hincha, ¡Oh Plata!, tu espalda gigante
Brazo hercúleo del cuerpo argentino,
a la seña del alma responde
si el rigor en el alma se esconde,
no desmienta su brazo el rigor.
Así era el alma de aquellos jóvenes fundadores de la Nación y de la Patria argentina; así era el pensamiento y la idea de quienes iniciaron aquella etapa germinal. Idea y músculo ardorosos en bien de la Patria y su grandeza.
El resultado de aquella gesta civil era que todo animaba y preparaba la vida de los argentinos -reflexiona Vicente Fidel López en su Historia Argentina-, para tomar en la capital un carácter turbulento y apasionado, que se alimentaba con la excitación en las calles, en las plazas y en los cafés, constituidos en clubes permanentes de debate y de actividad.
De igual modo, cuando la armada criolla derrotó a los brasileros en la batalla de los Pozos, al volver a Buenos Aires el Almirante Brown fue llevado en andas por las gentes alborozadas hasta el café aristocrático de la «Victoria», donde estuvo a la expectación durante un hora hasta que fue llevado a su morada en un carruaje tirado a manos por la multitud.
Como puede comprenderse, los debates de las ideas tanto como las alegrías de los triunfos criollos se celebraban en esa caja de resonancia de los cafés porteños. Las batallas sí se deben a las armas pero, tanto el debate de las ideas como la alegría de los triunfos, se celebraron siempre en el «agora» porteño que fue el café. Por eso nos animamos a afirmar que la Patria nació en un café, sin tono peyorativo ni despectivo, sino con afecto hacia una realidad plena de libertad.


El café de la época colonial
El café en tiempos de la administración española se inspiró en un proceso de transculturación. Es fácilmente comprensible, teniendo en cuenta que los españoles siempre fue-ron amantes de las reuniones de café. Están como testimonio el viejo café Pombo ya desapa-recido o el café Gijón, ambos en Madrid, que fueron el refugio maravilloso y misterioso de la inte-lectualidad hispana.
Sobre sus mesas cuántos seres curvaron sus vidas en la incertidumbre del destino. Muchos encontraron en las salas maravillosas de los cafés los misterios del espíritu humano.
Los españoles llegaron a Buenos Aires con toda su carga cultural, con todas sus costum-bres y al instalarse en esta tierra cultivaron sus tradicionales costumbres, aquí las mejoraron y aquí las hicieron tan bellas o más que las que esos mismos españoles vivieron en Madrid y Barcelona.
De la belleza del hidalgo espíritu español debería quedar en nuestra Buenos Aires, el temple bohemio que ya no sería hispano, sino que estaría encendido por la porteñidad. Pero antes de que ese sentimiento tuviera vivencia en nuestra ciudad, los descendientes de los conquistadores ya habían fundado en el siglo XVIII los cafés que harían historia, de esta institución que merece nuestro recuerdo. Y lo merece, porque el café es agora de las emociones de sus habitantes.
Recordemos, para iniciar esta escalada romántica y nostálgica de la vida porteña, al «Almacén del Rey», que en 1764 ya figuraba en los documentos oficiales del Cabildo.
Más allá del inicio de la ronda de duendes por los viejos cafés del Buenos Aires colonial, parece interesante que nos preguntemos y nos respondamos: ¿Cómo era el Buenos Aires de aquella época? Veamos lo que dicen los historiadores; Vicente Fidel López, por ejemplo dice: «Por la noche, esta espléndida ciudad de Buenos Aires, que hoy enrojece su atmósfera con los reflejos del gas, presentaba un aspecto desolado, si es que las tinieblas pueden tener aspecto». Las veredas eran de mal ladrillo, húmedas, estrechas, desiguales y temblorosas, encima del barrial en que tenían su asiento. Las había en las calles del Correo (hoy Perú), pero no había muchas más. Buenos Aires era una ciudad baja «aplastada» memora López, y cubierta con las capuchas de los tejados de pésimo aspecto. Tenía, sin embargo, la reputación de la belleza entre las otras ciudades españolas. Esta fama, empero, le viene del espíritu de sus habitantes más bien que de su suelo. En ambos sexos -para decirlo como Vicente F. López-, «ellos eran de espíritu de alma impresionable y simpática, admiradores de las novedades de las civilizaciones».
Lo descripto en el párrafo anterior admite comprender por qué atrajo a los hombres de la capital del Plata, en el año 1764, la inauguración del primer local del café «Almacén del Rey».
Allí, con el correr de los años se instaló un comercio que se llamó «Empanadas Rey» y que finalmente fue el café «La Sonámbula».
La primera mención que los documentos coloniales registran data del año 1779, oportunidad en que el Virrey Vértiz y Salcedo promulgó un auto por el que ordenó a las autoridades que dentro del término de 24 horas debían notificar a la secretaría de la Cámara de Gobierno, la prisión de toda persona decía la orden mal entendida o vagabunda cuya detención se hubiera producido en casa de truco, cafetería u otro lugar donde se hallaran jugando a naipes u otra clase de juegos prohibidos.
Aparece en el Río de la Plata una nueva actividad comercial: «Casa de truco», aunque otra le hace compañía: «cafetería», que prueban ambas la existencia en Buenos Aires de cafés, pero sin ser meros eufemismos. Otros estudiosos e investigadores de la historia aportaron antiguos registros, como el que brinda don José Francisco de Aguirre, que cita en el año 1783, un documento en el que ya figuran listas de cafés y confiterías y posadas públicas. Extensa sería su nómina en este opúsculo por lo que prescindimos de enunciarlos. No obstante, es conveniente decir que la época, aun virreinal, era sintomática en la creación de cafés, dado que situaciones parecidas se producían en otras ciudades americanas. Se fundó en Lima, verbigracia, en 1771, cuando era virrey Manuel Amat y Juniet, un café ubicado en la calle del Correo que sería, seguramente, el primero de la ciudad peruana y cuyo propietario era el señor Francisco Serio. En Montevideo mismo hubo cierta conmoción cuando el francés José Beltrán abrió las puertas de su casa café, en el año 1792. O los que cita Isidoro de María, los cafés «del Comercio», el de «don Adrián», el tuerto, que por la denominación de su propietario sería de inferior calidad y, finalmente el café de la Alianza. Estos locales -dice de María- eran puntos de reunión y de tertulia de los de más copete, que iban al teatro de la Comedia a jugar a la «malilla», al pénche o al truco hasta más tarde, dejando el burro y la biscambra para la familia después de rezar el rosario. Pero difícilmente pasarán de las 10 cuando los portugueses se adueñaron de Montevideo, porque regía el «toque de queda». Se hizo costumbre, entonces, que la hora de la noche terminara con ese toque de queda a las 10.
Salvo, dicen los comentaristas de época, los «engaña pichanga» que se hacían en el «Café de la Gallega» o café del «Agua Sucia».
En los agitados tiempos previos a la Revolución de Mayo, el pregonero lee las novedad que vienen de España

Los jóvenes iracundos
Como consecuencia de la separación del secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, se gestó un movimiento conducido por los coroneles French, Beruti y Dupuy, con el ánimo no oculto de reponerlo en las funciones de las que había sido destituido. A principios del año 1811 se anun-ció de palabra al pueblo que se formaría una Sociedad Patriótica, designándose como lugar de concentración el café del Colegio, frente a San Ignacio, es decir el Café de Marcó.La noticia cir-culó con rapidez tal que al conocerla el presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, ya era corrillo en los lugares populares de la actualidad. Los concurrentes a la reunión debían distinguirse por el uso de una escarapela o cintas de colores celeste y blanco; los organizadores contaban con la protección del regimiento «Estrella», que luego fue denominado «América» comandado por Domingo French y el de Granaderos de Femando VII, cuyo comando ejercía Juan Florencio Terrada.
Saavedra, quizás aconsejado por sus amigos, ordenó detener a los responsables de aquella reunión y a todos cuantos fueran encontrados portando armas o que exhibieran la escarapela celeste y blanca. La Junta, a su vez, contaba con el apoyo de la gente de las barracas y de las quintas y con los componentes del regimiento de Patricios acantonados detrás del colegio carolino. Eran los hombres de los arrabales que comenzaban a ser los «compadritos» que, perdurando en el tiempo, conformaron personajes ya tradicionales en el «tango». Estos sectores se oponían a la actividad de los jóvenes morenistas, por ardorosa y revolucionaria.
Saavedra convocó urgentemente a los miembros de la Junta Grande y decidió mantener el resto de la tropa porteña en armas. En el templado día de aquel 21 de marzo de 1811, la fortaleza donde residía el gobierno se encontraba poblada por 80 jóvenes que habían tenido participación directa en la convocatoria a la reunión del Café de Marcó.
Los jóvenes, interrogados por los jueces, luego fueron liberados por no encontrarles méritos para penarlos. Sólo se impuso una condición para obtener la inmediata libertad: la promesa de no realizar ninguna algazara al trasponer las puertas del Fuerte. No obstante la advertencia y el compromiso, salvadas las puertas, los jóvenes se dirigieron en manifestación por la Plaza Mayor, al grito de «¡Al café! ¡Al café!». Al llegar a lo de Marcó se apoderaron de la sala, abrieron las ventanas que daban a la calle y se hicieron servir aguardiente francés, mientras entonaban las estrofas del poema y canción «La América toda se conmueve al fin», marcha patriótica del poeta Esteban de Luca.
De aquella canción que el poeta De Luca dejó a la posteridad, recordamos uno de los versos de coro, por ser el más conocido y el que mejor representaba el sentimiento de esa época.
La América toda
se conmueve al fin,
y a sus caros hijos
convoca a la lid.
A la lid tremenda
que va a destruir
a cuantos tiranos
ósanla oprimir.
El 15 de noviembre de 1810 se publicó en la Gazeta la «Canción Patricia», cuyos hexasílabos se cantaban en los actos públicos, incluso después de la oficialización de la «Marcha Patriótica» de Vicente López y Planes.

Después de cantar las estrofas más arriba transcriptas, casi espontáneamente se formó la junta de ciudadanos en los salones del café; recordemos que cada día se nombraba un nuevo presidente con sus respectivos secretarios y en cuyas reuniones se debatían asuntos de gobierno relacionados con la marcha del país. Al frente del salón había un palco, al que podía acceder cualquier ciudadano para leer o pronunciar un discurso.
Después del día 21 de marzo de 1811, el corrillo callejero aumentó la importancia de las reuniones en «lo de Marcó», hasta que un día, los organizadores se encontraron con la presencia de 300 personas; se encontraban entre ellos, eclesiásticos, abogados, comerciantes y hasta militares. Tantos jóvenes poblaron aquel salón, otrora tertulia tranquila, que hasta se colmaba el atrio de San Ignacio.
El gobierno, entre tanto, se mostraba expectante, no por la serenidad de sus miembros cuanto por irresolución ante los hechos. Algunos militares, como el capitán de Arribeños Juan Bautista que luego fuera caudillo en Córdoba, solicitó permiso para disolver la reunión a balazos, autorización que denegó Saavedra. Durante las cinco o seis primeras noches todo fue euforia, pero luego comprendieron los jóvenes que cada día o cada noche peligraba la Sociedad Patrió-tica, por lo que resolvieron no realizar más las reuniones en la esquina del Café de Marcó. Así finalizó este hecho histórico del que fue silencioso testigo el negocio de Marcó.
Cuando los acontecimientos producidos por el segundo levantamiento de Martín de Alzaga, esta vez contra las autoridades emanadas de la revolución, en una reunión convocada en el café Monteagudo pronunció una arenga vibrante al arrojar sobre el gobierno la culpabilidad de lo ocurrido en el pueblo de Carmen de Patagones; allí habían sido confinados los compañeros de Alzaga, participantes de la insurrección. Pero Elío desde Montevideo envió un bergantín y logró, finalmente, su liberación; cuentan algunos de los sobrevivientes que en la cubierta de la nave española entonaban la siguiente copla:
Aunque se rompan los sesos
allá en el cafe de Marcos
no evitarán que sus barcos
zozobren o sean presos
Los españoles sabían bien que los jóvenes que se reunían en el viejo café constituían el espíritu de libertad de la naciente república y que el salón del Café de Marcó era propicio para las reuniones políticas.
Por eso lo recordaron como protagonistas de la lucha de la que ellos resultaron perdidosos.


La década de 1820Durante el crítico año de 1820, la esquina de Bolívar y Alsina volvió a ser testigo de hechos que jalonaron los difíciles días fundacionales de la Nación. La puja por el poder de la provincia de Buenos Aires y el fracaso del general Soler, provocó que el coronel Pagola se rebelara contra la autoridad. Pagola penetró en la ciudad y alzándose con el mando, dominó el fuerte, el Cabildo y ocupó la casa café del Colegio en un esfuerzo estratégico por controlar la Ranchería y la Plaza Mayor. El temor cundió por la ciudad; muchas familias huyeron pues se esperaba una lucha en-carnizada; pese todo, la situación fue dominada fácilmente por Dorrego con sus fuerzas, lo que no obstó para que durante dos días y como medida precautoria el mismo Marcó cerrara su nego-cio.El Café de Marcó también fue testigo de la lucha entablada cuando la insubordinación de Tagle a raíz de la reforma eclesiástica ordenada por el gobernador Martín Rodríguez y su ministro, Bernardino Rivadavia. En esa esquina y en esa misma casa se luchó encarnizadamente para reponer el orden en el centro de la ciudad.
Mas no siempre debieron ser acontecimientos políticos los que resalten la vida azarosa de Marcó. Una década y media después, allá por la Navidad de 1836, la ciudad de Buenos Aires vivía horas de tranquilidad; era propietario del café, para esa época, un hombre jovial y animoso, don Francisco Munilla. Para celebrar la fiesta religiosa decidió organizar una serenata. A las 12 de la noche del 24 de diciembre partió del local del Café de Marcó, un piano de los llamados «pierna de calzón» que fue montado sobre una carreta descubierta y acompañado por numerosos instrumentos, entre los que se contaban clarinetes, pífanos, violines y guitarras interpretadas por casi doscientos jóvenes porteños, iniciando el recorrido iluminados por faroles; aquella serenata recorrió las calles de la ciudad finalizando tiernamente en el balcón de Manuelita Rosas.

Conclusión
En Mayo de 1810 el café era la caja de resonancia del pensamiento y del ideario de los jóvenes porteños que pujaban por modificar el destino histórico del país. No era fácil, sin embargo, hallar una explicación sociológica de este fenómeno histórico, dado que el virreinato y, en particular la ciudad de Buenos Aires, no conformaban su estructura económica tal como la conocemos hoy. No se nos ocurre desmesurada esta afirmación; tengamos en cuenta, empero, que tan solo existían dos clases sociales: la burguesía comercial vinculada con el puerto y los propietarios de hacienda, los hacendados, también, aunque en otro sentido, con el mismo vínculo y ello, con el significativo monopolio del comercio que imponían los españoles.
Hasta el siglo XVIII los «pater familiae» del Río de la Plata cubrían el espectro del comercio y estaban, en cierto modo, conformes con los lineamientos monopólicos de ese comercio. El advenimiento de sus descendientes, la necesidad de crecimiento y los ideales de libertad llegados con los informes de Francia e Inglaterra, cambiaron, en cierto modo, el ámbito cultural y la nueva generación comprendió que el mercar no debía tener límites, debía ser universal. Que se debía negociar con todos los países y todos los pueblos o, al menos, con el mundo evolucionado. El Virreinato del Río de la Plata no constituía ni una nación ni un estado independiente. Lo que existía eran provincias dependientes que no remedaban ni la nación ni el estado. Aquellos jóvenes educados en el cerrado escolasticismo bien pronto comprendieron la necesidad de «Libertad» para construir una Nación y una Patria. Comenzaban a derramarse los duendes de un nuevo mundo, de una nueva forma de comprender la vida. El romanticismo comenzó a tener vigencia en la ciudad porteña. Así, entre comerciantes, poetas y pensadores los jóvenes fueron conformando una generación que consolidaría la aventura de la vida a través de la libertad y de la justicia.
Comenzaba la lucha por el pensamiento y el libre juego de las ideas para construir un estado y una patria que, sin duda, sería el primer paso para dar uno segundo que lo ofrecería el brazo hercúleo que empuñara el sable y el fusil, para construir un estado que fortaleciera a la Nación. Y todo esto se pensó en el ágora porteña, en la caja de resonancia del pensamiento de la juventud pensadora, que fue el café.
La hermenéutica de este proceso sirvió para conocer bien nuestros aciertos y nuestros defectos y debe pasar, no lo dudamos, por el cedazo de nuestras virtudes y nuestras imperfecciones. No otro puede ser el sendero de la vida, que nos permita allanar nuestras clau-dicaciones en bien de la grandeza espiritual de la Nación. Este espíritu, como un duende miste-rioso, serpenteaba en la caja de resonancia de los ideales de aquellos tiempos que fue el café porteño y que hoy intentamos afanosamente reivindicar. Esperamos haberlo logrado. Así sea.
Este texto de Jorge A. Bossio fue publicado originalmente en el Cuaderno Nº 7( Mayo 2002) del Café Tortoni.Las ilustraciones pertenecen al Arq. Carlos Moreno
Por estar agotada su edición, se creyó oportuno incluirlo en este número homenaje del Sesquicentenario del Café.


http://sites.google.com/site/buenosairescultural/jorgebossio

2 comentarios:

Alma Mateos Taborda dijo...

Has realizado una magnífica recreación de nuestra historia que muchas veces se construyó en los debates de una mesa de café. Excelente trabajo. Un abrazo.

Gustavo dijo...

Hola Alma que tal. Si. Onda que ya que se me ocurrio ese tema de los bares queria meterle un poco de historia. Ver cuando y como se origino todo. Y mas en sociedades como la nuestra que esta arraigada esa costumbre de sentarse en los bares a "arreglar el mundo" jaja
Te mando un abrazo y que tengas buen fin de semana. Chau